Desde 2006 hasta hoy, Rosalía Molina no ha parado de viajar. No es capaz, aunque sabe que son muchas, de acertar con el número de vueltas al mundo que ha dado vendiendo sus vinos de Altolandon. Ella sí que podría sentar cátedra en cualquier seminario sobre algo tan de moda como la conciliación familiar. Cuando realizó su primer viaje al exterior para vender su vino era madre de tres hijos, el más pequeño tenía dos meses. Ahora tiene 17 años. Asegura que ha hecho lo imposible en este tiempo para no perderse nada importante en la vida de sus hijos.
La propietaria y directora técnica de la bodega explica cómo ha conciliado su trabajo de responsable de exportación de Altolandon y su vida familiar
Rosalia Molina es junto a su marido Manuel Garrote el alma mater de la bodega conquense Altolandon fundada en el año 2000, aunque previamente, en 1998 plantaron los primeros viñedos. En 2003 elaboraron su primera añada y finalmente, en 2006, pusieron en marcha la bodega que actualmente alberga las instalaciones de la empresa en Landete (Cuenca). Fue un tiempo complicado y bonito a la vez. Fueron muchas las dificultades que se le presentaron para vender vino de Cuenca en España, además ecológico, un concepto “friki”, según Rosalía, en aquel momento.
No le quedó más remedio, asegura, que coger sus botellas y salir al extranjero para intentar vender sus productos. La acogida fue mucho mejor y en poco tiempo labró una importante cartera de clientes en países como Estados Unidos y Canadá, donde sus vinos cuentan con una gran aceptación.
3.000 botellas al principio
En 2006 cuando empezaron, la bodega vendía 3.000 botellas. Ahora superan las 300.000 unidades, de las que el 95% se venden en el exterior y el 5% restante en el mercado nacional. Estos primeros viajes los realizó con sus propios medios. Después aprovechó las ayudas que daba el ICEX y tras múltiples salidas al extranjero fue tejiendo una amplia red de distribuidores que en la actualidad se reparten entre veinte países del mundo.
“Lo que dejas aquí cuando sales es lo más destructivo psicológicamente”, pero dada la situación de los mercados en aquellos momentos iniciales “no me quedó más remedio que salir a vender los vinos que yo mismo elaboraba en la bodega en mi condición de enólogo, mientras mi marido se quedaba trabajando en el campo”.
Afirma no haber sentido nunca la carga emocional de ser “mala madre”. Ahora, una vez, que sus salidas al exterior se han relajado al contar con más ayuda, habla con la satisfacción de haber hecho lo correcto y con la alegría añadida de que sus tres hijos, Samuel, Rodrigo y Rosalía van a seguir trabajando en la bodega. Los chicos estudian Enología y Viticultura y su hija, siguiendo sus pasos, hace Comercio Internacional y Administración de Empresas.
Siguiendo al pie de la letra el conocido dicho popular de que no hay mal que por bien no venga, la pandemia fue para Rosalía una época en la que pudo dedicar muchas horas para atender a la familia. En dos años no hizo ni un solo viaje. Aunque, ese período de tranquilidad se acabó en 2023. A pesar de contar desde hace cinco años con la ayuda de su compañera Carmen que viaja en su lugar durante la época de campaña en la que no se puede mover de la bodega, los primeros meses de este año, como nos desgrana la propia Rosalía han sido vertiginosos.
De aquí para allá en 2023
“Comenzamos el año en Montpelier desde donde viajé directamente a Barcelona Week Wine, que se celebró a principios de febrero. Apenas sin pasar por casa, volé a Londres y Edimburgo para trabajar con nuestro importador durante una larga semana de contactos. Entre viajes largos, desplazamientos a Madrid, Albacete, Toledo, que, aunque estén en nuestro país también obligan a dormir fuera de casa. Luego, en marzo, vino Prowein en Düsseldorf e inmediatamente después Suiza”. Todo esto en el primer trimestre. Ya en primavera Rosalía Molina viajó a Vancouver (Canadá) y desde allí, directa a la Feria Nacional del Vino de Ciudad Real (FENAVIN) para inmediatamente después marchar a Dinamarca. Después viajaría a Estados Unidos hasta llegar al otoño, en el que se centrará en la vendimia.
En cuanto a lo vivido durante estos 17 años de viajera comercial impenitente recuerda la discriminación por género a la hora de tratar en un mundo de hombres y que, cuando comenzó, era mucho más acusada “aunque a mí personalmente nunca me ha importado lo más mínimo”. “La lejanía con la familia ha hecho que convirtiera mi vida en un encaje de bolillos para no faltar a ningún cumpleaños, ni graduaciones, ni acontecimientos importantes, independientemente de la zona del mundo en la que me encontrara. Esta es lo más duro con diferencia de ser mujer y tener que cruzar el mundo varias veces para poder posicionar tu empresa y sobrevivir”. El peor momento de su trabajo es para Rosalía cuando tiene que salir por la puerta “que aún a día de hoy me cuesta, es la parte más sacrificada de mi trabajo, pero no por ser mujer, sino por ser madre”.