viernes, diciembre 19, 2025
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    Enoturismo y Navidad en Castilla-La Mancha

    Paisaje completamente nevado de los viñedos de chardonnay de la bodega Viñedos Balmoral en Alpera (Albacete)

    Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez. Director Internacional de Coordinación Académica Organización Mundial de Enoturismo

    La temporada navideña supone una ventana estratégica para el enoturismo debido a la elevada disposición al ocio, búsqueda de experiencias familiares y culturales, así como una agenda de eventos (mercados, villancicos, ferias gastronómicas). Diferentes regiones vitivinícolas españolas ya han adaptado sus ofertas para diciembre, generando eventos especiales, mercados de productos artesanos y experiencias gastronómicas que integran la tradición navideña con la cultura del vino.

    Para Castilla-La Mancha, la Navidad permite una desestacionalización dado que atrae a parejas y familias interesadas en escapadas cortas. Además, crea experiencias y recuerdos que permanecen en el tiempo, como pueden ser cenas maridadas para grupos pequeños o paquetes de Nochebuena/Nochevieja en bodegas convertidas en alojamientos exclusivos. Y en esta época del año, conciertos, mercados de productos locales (queso manchego + vino), talleres de maridaje navideño y paseos nocturnos iluminados por el patrimonio cervantino son un acierto seguro.

    Castilla-La Mancha ofrece una narrativa única: el imaginario cervantino, los paisajes de viñedo que dialogan con molinos y llanuras y una gastronomía que ofrece productos emblemáticos

    El enoturismo se ha convertido en un objetivo estratégico del turismo basado en las experiencias: implica directamente a visitantes, prolonga las estancias y refuerza la identidad territorial. En la última década el enoturismo ha mostrado un crecimiento sostenido y sostenible, perfilándose como uno de los campos más dinámicos dentro del turismo cultural y gastronómico.

    Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez durante un encuentro internacional sobre Enoturismo celebro el pasado mes de julio en la ciudad china de Yantai

    El valor del turismo enológico se situó alrededor de decenas de miles de millones de dólares en 2024 y se proyecta con tasas de crecimiento anual altas de cara a la siguiente década1; dicho crecimiento responde a factores estructurales: mayor demanda de experiencias inmersivas, crecimiento del enoturista internacional además de un aumento de la segmentación demográfica (jóvenes interesados en experiencias auténticas, y públicos internacionales con mayor poder adquisitivo). Estas cifras no solo reflejan el consumo de vino: incluyen visitas a bodegas, alojamientos temáticos, experiencias en viñedo, gastronomía y eventos especializados, lo que convierte al enoturismo en un producto que multiplica el impacto económico local a través de cadenas diversificadas.

    Desde el punto de vista cualitativo, el perfil del visitante está claramente variando, o mejor dicho, evolucionando: se observa un perfil de visitas de personas cada vez más jóvenes y más interesadas en la narrativa (historia, sostenibilidad) y en experiencias participativas (vendimia, talleres o maridajes). Al mismo tiempo, la digitalización (reservas online, comunicación y comercialización) ha profesionalizado la oferta, permitiendo que pequeñas bodegas accedan a grandes mercados y que las rutas enológicas se configuren como productos turísticos completos.

    España, como potencia vitivinícola mundial, ha visto una recuperación sólida del turismo tras la crisis pandémica, registrando cifras históricas de visitantes internacionales dentro del emergente mercado eno-gastro-turístico. Esta realidad dinámica ofrece una oportunidad clara para convertir la extensa red de bodegas en productos turísticos de mayor valor añadido.

    Sin embargo, la transición desde una visita puntual a una experiencia integrada exige tres cambios: (1) coordinación entre bodegas, alojamientos y destinos culturales; (2) profesionalización de la oferta (guías, enoturismo accesible, digitalización); y (3) desestacionalización y segmentación (ofrecer escapadas cortas más allá de los tradicionales periodos vacacionales). Las políticas públicas y las iniciativas privadas están convergiendo en esta dirección, centrándose en fórmulas de cooperación y en el impulso de rutas que garanticen la calidad de la experiencia.

    Esto significa que destinos tradicionales (Rioja, Ribera del Duero, Penedès, Rías Baixas) compiten ahora con regiones emergentes que ofrecen precios competitivos, autenticidad cultural y espacios menos masificados —una ventaja para viajeros que buscan experiencias más auténticas y menos estandarizadas.

    Castilla-La Mancha: un futuro prometedor

    La nieve cubre los viñedos y los tejados de Bodegas Illana en Pozoamargo (Cuenca)

    Castilla-La Mancha presenta un enorme potencial de cara al enoturismo gracias a varias razones: representa la superficie vitivinícola más extensa a nivel mundial, posee denominaciones de origen consolidadas (por ejemplo, DO La Mancha), un patrimonio cultural y literario enorme (vínculos con Quevedo y Don Quijote, por citar algunos), y una gastronomía reconocida que permite construir paquetes enogastronómicos atractivos.

    Las Rutas del Vino de Castilla-La Mancha constituyen el armazón territorial sobre el que pueden diseñarse productos turísticos diferenciados (rutas temáticas, enoturismo activo, experiencias de vendimia, alojamientos rurales). Estas rutas facilitan la gestión del producto y permiten a la región proyectar una oferta potente hacia mercados nacionales e internacionales.

    Pese a sus ventajas, Castilla-La Mancha afronta retos estructurales: dispersión geográfica de las explotaciones, déficit de conectividad de cara a ciertos segmentos de mercado —especialmente turistas internacionales—, heterogeneidad en la calidad de la experiencia (desde grandes proyectos hasta iniciativas artesanales con capacidad limitada) y necesidad de mayor profesionalización de los servicios complementarios (alojamientos boutique, presencia de productos gourmet, oferta gastronómica de alto nivel, guías formados en enogastronomía). Además, la climatología y la campaña vitícola obligan a apostar por actividades durante todo el año, incorporar la sostenibilidad y asegurar la calidad.

    Castilla-La Mancha ofrece una narrativa única: el imaginario cervantino, los paisajes de viñedo que dialogan con molinos y llanuras y una gastronomía que ofrece productos emblemáticos (queso y cordero manchego, vino, aceite, azafrán…). Integrar estos elementos en paquetes temáticos (por ejemplo: “La vendimia de Don Quijote”, “Gastronomía y vino: el binomio manchego”) añade indudablemente un valor añadido y diferenciador frente a otras ofertas.

    Rutas especializadas

    Además de las rutas generales, conviene desarrollar productos dirigidos a públicos específicos. Así, se puede pensar en enoturismo activo que incluyan recorridos en bicicleta por viñedos, o experiencias fotográficas, maridajes con cocina local de alto nivel, estancias en fincas con prácticas y talleres sobre gestión vitícola sostenible, propuestas para mercados internacionales (p. ej. mercado anglosajón, francés, chino), apostar por el enoturismo tanto senior como joven o el pujante enoturismo LGTBI, dirigido a colectivos con cierto nivel cultural y adquisitivo, ávido de nuevas sensaciones, y con previsión de fidelización.

    La bodega Finca Antigua de Los Hinojosos (Cuenca) ha sido pionero en la introducción de actividades enoturísticas que se pueden disfrutar durante todo el año

    La venta de experiencias debe apoyarse en plataformas digitales (reservas, recorridos virtuales, contenidos en redes) y en alianzas con turoperadores que ofrezcan paquetes combinados con otras regiones o actividades (patrimonio, observación astronómica, cicloturismo, observación de aves, relax y spa). La digitalización facilita la gestión de la demanda durante la temporada alta y la promoción de actividades fuera de temporada.

    La sostenibilidad debe integrarse en tres niveles, como son el ambiental, que incluya el uso eficiente del agua, las certificaciones ecológicas o medidas enfocadas a reducir la huella del visitante. Además, la formación de guías, la creación de empleo estable e incorporando a alojamientos rurales, restauración, y artesanos contribuye a fijar la población. Finalmente, el área económica es clave, trabajando para diversificar la oferta a fin de evitar la dependencia de un único mercado, logrando una experiencia rentable para la bodega y asequible para el turista.

    Estratégicamente se debe incluir una planificación integral consolidando rutas temáticas con estándares de calidad (servicio, accesibilidad, interpretación) y un sistema de medición del impacto turístico. La formación y profesionalización es un factor clave. Más allá de los idiomas, se debe invertir en capacitar a enoguías, sumilleres y gestores de experiencias (marketing y sostenibilidad, por ejemplo).

    Adicionalmente, máxime en esta época, el diseño de paquetes específicos para diciembre con componentes gastronómicos, culturales y de ocio, dirigidos tanto a mercados nacionales como a visitantes internacionales, es una apuesta segura. Trabajar de manera conjunta entre Denominaciones, oficinas de turismo y alojamientos que posicionen a Castilla-La Mancha como destino enogastronómico alternativo y complementario a rutas más consolidadas posibilita un marketing corporativo excelente. No se debe dejar de lado el implementar indicadores (gasto medio por visitante, estancias medias, satisfacción) y estructuras que permitan el seguimiento y los ajustes periódicos. El impulso a la sostenibilidad, incentivando y difundiendo buenas prácticas como valor diferenciador supone un marchamo de calidad.

    Todos estos retos son elementos indisolubles de la OMET (Organización Mundial de Enoturismo – https://gwto.org/), entidad que se encarga a nivel mundial de apostar por la calidad de las experiencias eno-gastronómicas. Además, la OMET resalta su compromiso con las experiencias turísticas, no interfiriendo, aunque sí complementando la labor vinícola. De entre todos los campos que abarca la OMET, destacamos la formación y la certificación.

    Conclusiones: del diseño a la experiencia

    De cara a que la Navidad funcione como motor económico hay que cuidar el producto: garantizar la logística (transporte y horarios especiales), diseñar una oferta familiar y asegurar la comunicación (campañas de reserva anticipada) para así poder competir con la demanda de otros destinos clásicos navideños. La experiencia debe reforzar la identidad territorial (usar productos locales, poner en valor las tradiciones) y priorizar la calidad.

    Castilla-La Mancha parte de una ventaja competitiva clara —extensión y calidad vitícola, patrimonio y tradición gastronómica— teniendo la oportunidad de convertir esa realidad en experiencias altamente valoradas si se apuesta por la calidad, la cooperación y la innovación. En un mercado global de enoturismo en expansión, la clave no es competir en precios sino en la gestión de las experiencias, así como la capacidad para ofrecer narrativas (la Mancha cervantina, la historia del vino, los paisajes) que consigan emocionar al viajero. Para lograrlo hará falta, sobre todo, una visión combinada entre empresas, bodegas, administraciones y agentes locales que transformen los activos territoriales en productos turísticos sostenibles y rentables.

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